por María Elena Pazos M.
Corazón de la Nebulosa Laguna, foto del telescopio Hubble
Los pueblos originarios del mundo entero, guardaron siempre el sentido mágico del cosmos. Sostenían que para aprender acerca de nuestros orígenes debíamos mirar hacia el cielo. Al ver las imágenes del Universo que nos regalan los astrofísicos, quedamos maravillados, asombrados. ¡Nuestra Tierra es un frágil punto, imperceptible en esta inmensidad! ¡El Universo es de una belleza asombrosa! Con nuestra "modernidad" le hemos restado el carácter sagrado al cosmos y, al intentar una explicación a la historia del mundo y de la humanidad, lo hacemos analizando tan sólo nuestra actividad (¡qué egocéntricos somos!), y no de una manera holista que integre al mundo físico y biológico con los humanos actuando como un Todo. En las últimas décadas se ha hecho cada vez más evidente que progreso científico no siempre significa progreso humano. Desde la Antigua Grecia que nos enseñó el arte de pensar ordenadamente, la razón se ha tenido como el motor del progreso. Con ella se construyó el Imperio Romano, la Iglesia-institución, el Sacro Imperio Germano Romano, toda Europa. Se llegó a la Ilustración, al Nuevo Mundo, al saqueo de sus riquezas y exterminio de sus pueblos originarios. También se logró reelaborar las riquezas de la cultura greco-romana, se hizo literatura, pintura, música, en fin, floreció el arte. Se hizo ciencia, se investigó, se descubrió, se llegó a la Era Industrial, al comercio masivo, al reparto de África y a dos terribles Guerras Mundiales. Y hoy, sumidos en esta época tecnológica, en la globalización, en el "postmodernismo" y en el vacío existencial, surgen nuevamente las preguntas: ¿quién soy? ¿qué quiero? ¿qué es la felicidad?
Dice el Dr. Ervin Laszlo: «La carrera en pos del progreso material se ha puesto frecuentemente por delante del anhelo de conocer el significado de la vida y de tener una visión global de la existencia… En vez de orientarse hacia una comprensión del mundo con vocación omni-abarcante, las gentes de la era moderna abrazaron la idea de un progreso lineal asegurado aparentemente por tiempo indefinido. La vida de los individuos se hizo más larga y cómoda, pero, al mismo tiempo, se volvió más vacía, con menos sentido».
Ante los resultados de este "progreso" nos comenzamos a preguntar: ¿es la razón lo único importante? ¿Es la Inteligencia Racional la que determina al ser humano? Por fortuna nos dimos cuenta que personas con un alto coeficiente intelectual (CI) no siempre son exitosas. Así se descubrió la Inteligencia Emocional, con Goleman a la cabeza. ¡No éramos pura razón! Los sentimientos, que se traducen en emociones son tan o más importantes que la razón. Pero hubo, a comienzos de nuestro s XXI otra sorpresa: también hay una Inteligencia Espiritual y ésta, cuando se emplea, dirige nuestros instintos, nuestras emociones y nuestra razón. Cuando se "activa", se emplea todo el cerebro en una malla interconectada de neuronas que logra hacer funcionar coordinadamente nuestros tres cerebros: el tronco encefálico, asiento de nuestros instintos de sobrevivencia, el sistema límbico del que surgen sentimientos y emociones y la corteza cerebral, que nos permite entender. Con estas herramientas podemos manejar el timón, dirigir nuestra vida y darle sentido a nuestro existir. El CI es modificable y posible de perfeccionar y ampliar con nuevas conexiones que ¡cada uno puede crear!
Estamos despertando a todo este misterio para mirar con otros ojos la realidad. Recién nos estamos dando cuenta que nuestros pueblos originarios son más inteligentes que nosotros, humanos modernos. Tenían que explicarnos todo este mecanismo cerebral para que empecemos a ver las barbaridades que hemos hecho y estamos haciendo. ¿Lograremos con nuestra inteligencia espiritual formar la noósfera y frenar el daño hecho? ¿Seremos capaces de rehacernos, de reencantarnos, de salvarnos?
Visto en Rebelión
Fuente: Adital
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