por Leonardo Boff
Hay una feliz singularidad en la actual disputa presidencial de Brasil: la presencia de dos mujeres, Marina Silva y Dilma Rousseff. Ellas son diferentes, cada cual con su propio estilo, pero ambas con indiscutible densidad ética y con una comprensión de la política como virtud al servicio del bien común y no como técnica de conquista y uso del poder, generalmente, en beneficio de la propia vanidad o de intereses elitistas que todavía predominan en la democracia que heredamos.
Ellas surgen en un momento especial de la historia del país, de la humanidad y del planeta Tierra. Si pensamos radicalmente y llegamos a la conclusión –como han llegado notables cosmólogos y biólogos– de que el sujeto principal de las acciones no somos nosotros mismos, en un antropocentrismo superficial, sino la propia Tierra, entendida como superorganismo vivo, cargado de propósito, Gaia y Gran Madre, entonces diríamos que es la propia Tierra la que a través de estas dos mujeres nos está hablando, llamando nuestra atención y advirtiendo. Ellas son la propia Tierra que clama, la Tierra que siente y que busca un nuevo equilibrio.
Este nuevo equilibrio deberá pasar predominantemente por las mujeres y no por los hombres. Éstos, después de siglos de arrogancia, están más interesados en garantizar sus negocios que en salvar la vida y proteger el planeta. Los encuentros internacionales nos los muestran poco preparados para lidiar con temas ligados a la vida y a la preservación de la Casa Común. En este momento crucial de graves peligros, se invoca a aquellos sujetos históricos que están, por su propia naturaleza, mejor equipados para asumir misiones y acciones ligadas a la conservación y al cuidado de la vida. Son las mujeres y sus aliados, los hombres que hubieren integrado en sí las virtudes de lo femenino. La evolución las hizo estar profundamente ligadas a los procesos generadores y cuidadores de la vida. Ellas son las pastoras de la vida y los ángeles de la guarda de los valores derivados de la dimensión del anima (de lo femenino en la mujer y en el hombre), que son el cuidado, la reverencia, la capacidad de captar, en sus mínimas señales los mensajes y sentidos; sensibles a los valores espirituales como la entrega, el amor incondicional, la renuncia a favor del otro y la apertura a lo Sagrado.
El feminismo mundial trajo una crítica fundamental al patriarcalismo que viene desde el neolítico. El patriarcado originó instituciones que todavía moldean las sociedades mundiales, con la razón instrumental-analítica que separa naturaleza y ser humano y que le llevó a la dominación de los procesos de la naturaleza de forma tan devastadora que hoy se manifiesta por el calentamiento global; creó el Estado y su burocracia, pero organizado según los intereses de los hombres; proyectó un estilo de educación que reproduce y legitima el poder patriarcal; organizó ejércitos e inauguró la guerra. Afectó a otras instancias, como las religiones e iglesias cuyos dioses o actores son casi todos masculinos. El «destino manifiesto» del patriarcado es el dominium mundi (la dominación del mundo), con la pretensión de hacernos «maestros y dueños de la naturaleza» (Descartes).
Actualmente, los hombres (varones) se han hecho víctimas del «complejo de dios», al decir de un eminente psicoanalista alemán, K. Richter. Asumieron tareas divinas: dominar la naturaleza y a los otros, organizar toda la vida, conquistar los espacios exteriores y remodelar la humanidad. Todo esto ha sido sencillamente demasiado. Se sienten como un «dios de pacotilla» que sucumbe a su propio peso, especialmente porque ha proyectado una máquina de muerte, capaz de erradicarlo de la faz de la Tierra.
Ahora se hace urgente la actuación salvadora de la mujer. Damos la razón a esto que escribió hace algunos años el Fondo de las Naciones Unidas para la Población: «La raza humana ha venido saqueando de forma insostenible la Tierra y dar a las mujeres mayor poder de decisión sobre su futuro puede salvar el planeta de la destrucción». Obsérvese que no dice «mayor poder de participación a las mujeres», cosa que los hombres conceden pero de forma subordinada. Aquí se afirma: «poder de decisión sobre el futuro». Las mujeres deben asumir esta decisión, incorporando en ella a los hombres, de lo contrario, pondríamos en peligro nuestro futuro.
Este es el significado profundo, diría, providencial, de estas dos candidatas mujeres a la presidencia de Brasil: Marina Silva y Dilma Rousseff.
Fuente: Servicios Koinonía
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