El blog de MATEÍNA

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martes, 22 de diciembre de 2009

EL ARTE EN LA ERA DIGITAL, por Umberto Eco

Los historiadores de la Edad Media nos dicen que el habitante de un pueblo difícilmente se mudaba a la aldea o pueblo vecino, distante a pocos kilómetros, pero era posible que visitara, como peregrino, Santiago de Compostela o Jerusalén. Sin embargo, aunque probablemente conocía las esculturas y vitrales de su propia iglesia, ¿qué podía haber visto o comprendido de las construcciones que cruzaba a lo largo de su peregrinaje? Es muy difícil querer ver algo que nunca se ha visto, algo que desafíe nuestra capacidad de percepción.

Algunos han puesto en duda el hecho de que Marco Polo estuviera realmente en China, porque no habla de la Gran Muralla ni del té ni de los pies vendados de las mujeres. Pero se puede estar mucho tiempo en China sin saber verdaderamente qué beben los chinos, sin observar jamás los pies de una mujer, aunque sea por educación, notando como mucho que en la corte de Gengis Kan las damas se desplazaban a pequeños pasos; y sin pasar por la Gran Muralla, o pasar por ella y tomarla como una fortaleza local.

Todo esto para decir que, hasta el siglo XX, el conocimiento que la gente tenía del arte de otros países era muy limitado. Por otra parte, si observamos los magníficos grabados de la China del sacerdote Athanasius Kircher, a partir de las reconstrucciones visuales (realizadas según las descripciones verbales de los misioneros), es muy difícil reconocer una pagoda.

¿Cuántas obras de arte de su propia civilización veía un ciudadano francés hasta el siglo XIX? El acceso a las colecciones privadas, e incluso a los museos, estaba reservado a una elite, y a lo sumo, a una elite urbana, hasta la invención de la fotografía.

Para saber, por ejemplo, a qué se parecía una obra de arte conservada en Florencia, se recurría a los grabados. ¡Ah! ¡Esos espléndidos libros de Lacroix donde las madonas de todos los siglos (bizantinas o del Renacimiento) tenían el rostro de las jóvenes que poblaron los relatos históricos de la época romántica!

Recordemos que una de las etimologías de la palabra kitsch –aunque las hipótesis son numerosas– es sketch, esquisse, esbozo sintético y apresurado: los caballeros ingleses, durante su "Grand Tour" de Italia, para guardar un recuerdo de los monumentos y galerías que visitaban, pedían a artistas callejeros que les hicieran un dibujo de la obra vista una sola vez, ejecutado rápidamente la mayoría de las veces. De ese modo, incluso la evocación de la experiencia artística directa pasaba por representaciones infieles.

Y no podemos decir que las cosas hayan mejorado con la invención de la fotografía. Para convencerse de ello, basta con consultar algunos libros conocidos de la primera mitad del siglo XX sobre historia del arte, hasta que fue posible la reproducción en color.

Lo mismo que pasaba con las artes visuales, sucedía con el mundo del espectáculo. Es conocido ese maravilloso cuento de Borges en el que Averroes, que busca en vano traducir de Aristóteles los términos "tragedia" y "comedia" (pues esas formas de arte no existían en la cultura musulmana), oye hablar de un extraño suceso al que había asistido un visitante en China, donde personas enmascaradas y vestidas como personajes de otros tiempos actuaban en un escenario de modo incomprensible. Le contaban lo que era el teatro, pero él no comprendía bien de qué se trataba. En el mundo contemporáneo, la situación se invierte. En primer lugar, la gente viaja muchísimo, a riesgo de ver en todas partes los mismos lugares, hoteles, supermercados y aeropuertos, todos parecidos los unos a los otros, tanto en Singapur como en Barcelona, y se ha hablado mucho sobre la maldición de esos "no lugares". Pero, sea como fuere, la gente ve y es posible incluso que un francés haya visto las pirámides o el Empire State Building, pero no el tapiz de Bayeux (un poco como su ancestro, el campesino medieval...).

El museo, antes reservado a las personas cultivadas, hoy es la meta de flujos continuos de visitantes de todas las clases sociales. Es cierto que muchos miran pero no ven, pero, a pesar de todo, reciben información sobre el arte de diferentes culturas. Además, los museos viajan, las obras de arte se desplazan. Se organizan suntuosas exposiciones sobre culturas exóticas, del Egipto faraónico a los escitas. El juego de préstamos recíprocos de obras de arte se convierte en vertiginoso, y a veces peligroso.

Puede decirse lo mismo de los espectáculos, y es indudable que un habitante de una ciudad del interior tiene más oportunidades de ver un espectáculo de la Berliner Ensemble o un nô japonés que la que tenían sus padres.

Agreguemos a esto la información virtual: no hablo del cine o de la televisión, que convierten casi en superflua una visita a Los Angeles, puesto que se la recorre mejor en una pantalla que embarcándose en una maratón frenética de una autopista a otra, sin entrar jamás en ningún centro habitado; hablo de Internet, que hoy pone a nuestra disposición todas las obras del Louvre, de la Galería Uffizi o de la National Gallery.

Esto provoca una internacionalización del gusto, y la prueba es la experiencia apasionante que vive aquel que entra en contacto con el mundo artístico chino: habiendo escapado recientemente a un aislamiento casi absoluto, los artistas chinos producen obras que difícilmente se distinguen de las que se exponen en Nueva York o en París. Recuerdo un encuentro entre críticos europeos y chinos, en que los europeos creían interesar a sus invitados al mostrarles imágenes de diversas búsquedas artísticas europeas, en tanto que los chinos sonreían, divertidos, porque ahora conocían esas cosas mejor que ellos.

Finalmente, basta con pensar en esos innumerables jóvenes de todos los países que reconocen una pieza musical sólo si está cantada en inglés...

¿Iremos hacia un gusto generalizado, a punto tal que ya no podremos distinguir el pop chino del pop norteamericano? ¿O bien veremos perfilarse formas de localización, de tal modo que las diferentes culturas producirán interpretaciones distintas del mismo estilo o programa artístico?

En todo caso, nuestro gusto quedará marcado por el hecho de que ya no parece posible experimentar asombro (o incomprensión) ante lo desconocido. En el mundo de mañana, lo desconocido, si todavía queda algo, estará solamente más allá de las estrellas. ¿Esa falta de asombro (o de rechazo) contribuirá a una mayor comprensión entre las culturas o a una pérdida de identidad? Ante este desafío, es inútil huir: es preferible intensificar los intercambios, las hibridaciones, los mestizajes. En el fondo, en botánica, los injertos favorecen los cultivos. ¿Por qué no en el mundo del arte?

©Le Monde y Clarín, 2009. Traduccion de Estela Consigli. Texto escrito para el Festival Reimes Scenes d'Europe, que se desarrolla hasta el 19 de diciembre.

Visto en Rebelión
Fuente: Unión de Escritores y Artistas de Cuba

lunes, 21 de diciembre de 2009

LA BATALLA DE COPENHAGUE, por Hugo Chávez

I

Copenhague fue el escenario de una batalla histórica en el marco de la XV Conferencia del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Mejor dicho: en la bella y nevada capital de Dinamarca, comenzó una batalla que no concluyó el viernes 18 de diciembre de 2009. Quiero reiterarlo: Copenhague fue apenas el comienzo de la batalla decisiva por la salvación del planeta. Batalla en el terreno de las ideas y en el de la praxis.

El brasileño Leonardo Boff, gran teólogo de la liberación y una de las voces más autorizadas en materia ecológica, en un artículo medular, titulado Lo que está en juego en Copenhague, dejó escritas estas palabras plenas de lucidez y valentía: ¿Qué podríamos esperar de Copenhague? Apenas esta sencilla confesión: así como estamos no podemos continuar. Y un propósito simple: Vamos a cambiar de rumbo.

A eso fuimos, precisamente, a Copenhague: a batallar por un cambio de rumbo en nombre de Venezuela y en nombre de la Alianza Bolivariana. Y más aún: en defensa de la causa de la humanidad y, para decirlo con el Presidente Evo Morales, en defensa de los derechos de la Pachamama, de la Madre Tierra.

Sabiamente lo dijo el mismo Evo, quien junto a este servidor, le tocó asumir la vocería de la Alianza Bolivariana: Aquí está en debate, si vamos a vivir o vamos a morir.

Todas las miradas del mundo se concentraron en Copenhague: la XV Conferencia sobre el Cambio Climático nos permitió calibrar de qué fibra estamos hechos, dónde habita la esperanza y qué podemos hacer para fundar lo que el Libertador Simón Bolívar definiera como el equilibrio del universo; un equilibrio que nunca podrá alcanzarse dentro del sistema-mundo capitalista.

II

Antes de nuestra llegada a Copenhague, el bloque africano, respaldado por el Grupo de los 77, se había encargado de denunciar que los países ricos estaban desentendiéndose del Protocolo de Kyoto, esto es, del único instrumento internacional que existe para luchar contra el calentamiento global: el único que impone sanciones a los Estados industrializados y protege a los países en desarrollo.

Necesario es reconocer que la batalla ya se había iniciado en las calles de Copenhague, con la juventud en la vanguardia protestando y proponiendo: pude ver y sentir, desde mi arribo a la capital danesa el 16 de diciembre, la fuerza histórica de otro mundo que, para la juventud, ya no sólo es posible sino que es absolutamente necesario.

III

En Copenhague, desde un principio, las cartas quedaron sobre la mesa a la vista de todos. De un lado, las cartas de la mezquindad y la insensatez brutal del capitalismo que no da su brazo a torcer en defensa de su lógica: la lógica del capital, que sólo deja muerte y destrucción a su paso cada vez más acelerado.

Del otro lado, las cartas del reclamo de los Pueblos por la dignidad humana, la salvación del planeta y por un cambio radical, no del clima, sino del sistema-mundo que nos ha colocado al borde de una catástrofe ecológica y social sin precedentes.

De un lado, los triunfadores de una civilización mercantil y utilitaria, esto es, los "civilizados" que desde hace mucho tiempo se olvidaron del ser, para apostar ciegamente a un tener, cada vez más insaciable.

Del otro lado, los "bárbaros" que seguimos empeñados en creer, y en luchar por ello, que, cambiando radicalmente de lógica, se puede maximizar el bienestar humano, minimizando los impactos ambientales y ecológicos; que sostenemos la imposibilidad de defender los derechos humanos, como lo planteara el compañero Evo Morales, si no se defienden antes los derechos de la Madre Tierra; que actuamos con el firme propósito de dejarles planeta y porvenir a nuestras descendencias.

No me cansaré de repetirlo a los cuatro vientos: la única alternativa posible y viable es el socialismo. Lo dije en cada una de mis intervenciones ante todos los representantes del mundo congregados en Copenhague, la cita mundial más importante en los últimos doscientos años: no hay otro camino, si queremos detener esta carrera desalmada y envilecida que sólo nos promete la aniquilación total.

¿Por qué le temen tanto los civilizados a un proyecto que aspira la construcción de la felicidad compartida? Le temen, hablemos claro, porque la felicidad compartida no genera ganancia. De allí la lucidez meridiana de aquella gran consigna de la protesta callejera de Copenhague que hoy habla por millones: "Si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado".

Los "civilizados" no toman las medidas que deben tomar, porque eso, sencillamente, los obligaría a cambiar radicalmente su voraz modelo de vida, signado por el confort egoísta y eso no habita en sus fríos corazones, que sólo palpitan al ritmo del dinero.

Por eso, el imperio llegó a última hora, el 18 de diciembre, a ofrecer migajas a manera de chantaje y así lavar la culpabilidad marcada en su rostro. Frente a esta estrategia del bolsillo lleno, se escuchó por Dinamarca la voz clara y valiente de la pensadora hindú Vandana Shiva diciendo una gran verdad: "Creo que es hora de que Estados Unidos deje de verse a sí mismo como donante y comience a reconocerse como contaminador: un contaminador debe pagar una compensación por los daños y debe pagar su deuda ecológica. No se trata de caridad. Se trata de justicia".

Debo decirlo: en Copenhague se acabó definitivamente la ilusión Obama. Quedó confirmado en su condición de jefe del imperio y "Premio Nóbel de la Guerra". El enigma de los dos Obama ha quedado resuelto.

El viernes 18 llegaba a su fin sin un acuerdo democráticamente consensuado: Obama montaba tinglado aparte, en una nueva violación de los procedimientos de la ONU, por lo que nos vimos obligados a impugnar cualquiera resolución que no pase por el respeto a la vigencia del Protocolo de Kyoto. Respetar y potenciar Kyoto es nuestra divisa.

No fue posible un acuerdo en Copenhague por la falta de voluntad política de los países ricos: los poderosos del mundo, los hiperdesarrollados, que no quieren ceder en sus patrones de producción y consumo tan insensatos como suicidas. "El mundo a la mierda, si se atreven a amenazar mis privilegios y mi estilo de vida", es lo que parecen reiterar con su conducta: ésta es la dura verdad que no quieren oír de quienes sí actuamos bajo el imperativo histórico y categórico de cambiar de rumbo.

Copenhague no es un fin, lo reitero, sino un comienzo: se han abierto las puertas para un debate universal sobre cómo salvar al planeta, a la vida en el planeta. La batalla continúa.

IV

Nos tocó conmemorar el 179 aniversario de la desaparición física de nuestro Libertador en un acto del más hondo contenido revolucionario: me refiero al Encuentro de la Alianza Bolivariana con los movimientos sociales de Dinamarca el 17 diciembre. Allí pude sentir, una vez más, que Bolívar ya no sólo es bandera venezolana y nuestroamericana, sino que es cada vez más, líder universal.

Es su herencia viva y combatiente, encarnada hoy en la Alianza Bolivariana, que se está haciendo mundo: la herencia que nos llevó a Copenhague a dar la batalla por la Patria Grande, que es, al mismo tiempo, darla por la causa de la humanidad.

En realidad y en verdad: ¡Bolívar vive! En Copenhague confirmé que está más vivo que nunca.

Y ahora sí Vencerá.

¡Ahora sí Venceremos!

Fuente: Telesur TV

10 PREGUNTAS SOBRE COPENHAGUE


Fue un parche que no dejó satisfecho a nadie, pero la puerta quedó abierta. Qué se logró y qué puede llegar a pasar.

Por Michael McCarthy *


1 ¿Hay o no hay un nuevo acuerdo sobre cambio climático?Sí: El acuerdo de Copenhague, firmado el viernes por la noche.

2 ¿Para qué sirvió?Por primera vez, un acuerdo dice formalmente que todos los países del mundo trabajarán en conjunto para evitar que el recalentamiento global pase de los dos grados centígrados por encima del promedio de hace 200 años, cuando comenzamos a quemar combustibles fósiles en escala.

3 ¿Por qué la barrera es de dos grados?
Porque es un aumento que, con muchas adaptaciones, podríamos tolerar sin destruir el planeta. Si la temperatura sube por encima de eso, los riesgos crecen de un modo tremendo y pueden causar sequías devastadoras, huracanes feroces y lluvias destructivas que crearían inundaciones como nunca se vieron. Si se suma a esto la elevación del nivel del mar, el resultado serán migraciones masivas y una nueva era de guerras.

4 ¿Cuánto tiempo puede tomar llegar a eso, si no hay cambios?
Nadie lo sabe con certeza, pero es muy probable que lo veamos en vida, ya que no estamos lejos de llegar a la marca de los dos grados. El planeta ya se calentó por lo menos un 0,75 de grado y si detuviéramos todo el recalentamiento ahora, el efecto acumulado en la atmósfera agregaría otro 0,6 por lo menos. Con lo que ya estamos en casi un grado y medio. Para entender velocidad del cambio basta pensar que cuando se separaron los Beatles, hace 40 años, la temperatura promedio era un grado menor y la primavera en la Europa del norte se notaba 26 días más tarde de lo que se nota hoy: los árboles echan hoja casi un mes antes.

5 ¿Es todo lo que el tratado hace?
También compromete a los países en desarrollo, de China e India para abajo, a hacer algo para controlar sus emisiones de dióxido de carbono, que están aumentando con rapidez. Esto es de una enorme importancia, porque hace veinte años, cuando se descubrió el efecto de ese gas de invernadero, los principales productores eran los países desarrollados. Por ejemplo, EE.UU. emitía el 36 por ciento en 1990, aunque tiene el cuatro por ciento de la población mundial. Pero los norteamericanos comenzaron a controlar sus emisiones al mismo tiempo que China despegó económicamente de un modo imprevisto, pasando a EE.UU. como el principal emisor. El mismo camino están siguiendo India, Brasil y otros países en desarrollo, y si sus emisiones no se controlan será imposible frenar el recalentamiento.

6 El Protocolo de Kioto de 1997 fue el primero en obligar a los países desarrollados a controlar sus emisiones. ¿Sirvió para algo?
Sí y no. Sirvió para arrancar el inmensamente complejo proceso por el cual las naciones tratan de cambiar sus economías con ideas ahora familiares, como energía eólica, paneles solares y transporte público en lugar de autos. Y sirvió para que por primera vez 40 países aceptaran cortar sus emisiones en un 5 por ciento respecto de las de 1990. Pero Kioto tuvo tres grandes problemas: varios países no pusieron la energía necesaria para cumplir sus metas, faltaban las naciones en desarrollo y Bush se retiró del tratado.

7 ¿Copenhague reemplaza a Kioto?
No exactamente. El momento crítico fue hace casi tres años, cuando se publicó el cuarto informe de la ONU sobre el cambio climático con una advertencia urgente sobre la situación. Por eso se decidió, en la reunión de Bali de diciembre de 2007, negociar un nuevo tratado para que EE.UU. participara. Washington no iba a aceptar un tratado que impusiera bajas del 25 al 40 por ciento para 2020 sin que los países en desarrollo tuvieran también obligaciones. A su vez, los países en desarrollo sostenían Kioto porque no les creaba ninguna obligación a ellos, por lo que se tuvieron que abrir negociaciones paralelas para renovarlo. Esta doble vía tan extraña duró hasta la reunión en Dinamarca.

8 ¿Y qué se firmó? ¿Un tratado o dos?
No pudieron resolverlo en dos años. Es notable. La Unión Europea y Gran Bretaña querían un tratado unificado que incluyera Kioto y avanzara. Pero los países en desarrollo, en particular el Grupo de los 77 y China, se rehusaron completamente a pensarlo siquiera. El viernes quedó en claro que China orquestaba buena parte de esta oposición para no quedar obligada a hacer recortes de emisiones. Hubo un empate y para el miércoles las negociaciones entre los 192 países estaban completamente empantanadas, el día antes de que 120 presidentes y primeros ministros llegaran a firmar. El premier británico Gordon Brown, que llegó el miércoles, escribió un nuevo tratado, logró el apoyo de 26 países y comenzó a reunir apoyos en las primeras horas del viernes. Fue un día de negociaciones difíciles. Los chinos exigieron varios cambios. Por ejemplo, quedaron afuera hasta el año que viene, cuando se publiquen en un “anexo”, el objetivo de cortar las emisiones a la mitad para 2050, el calendario para que el tratado tenga validez legal y las exigencias inmediatas para todos los firmantes. Pero los chinos estuvieron de acuerdo por primera vez en aceptar un recorte de emisiones y en que hubiera supervisión internacional.

9 ¿Se habló de dinero?
Sí, hubo un acuerdo sobre cómo financiar el cambio tecnológico. Va a haber 30.000 millones de dólares para que los países en desarrollo entren en una “vía rápida” de reducción de emisiones. Y se hizo la promesa de otros 100 mil millones por año para 2020.

10 ¿El balance es positivo? Este tratado lo están criticando por estar lleno de agujeros, y eso es cierto. No es ni remotamente suficiente para combatir el recalentamiento global y el tema de salir o continuar con Kioto quedó para el año que viene. Pero se evitó –por poco– el colapso de todo el esfuerzo internacional para controlar la polución y este tratado lleno de parches y compromisos de último minuto al menos le da al mundo una vía para seguir buscando cómo controlar la mayor amenaza jamás vista.

* De The Independent. Especial para Página/12.
Fuente: Página 12