por Frei Betto
La historia de la humanidad es una historia de sujeciones. En el período premoderno, sujeción a los dioses del politeísmo, al Dios del monoteísmo, al Rey de la monarquía y al Pueblo (sujeto abstracto) de la República. Siempre había una figura del Otro al que todos debían reportarse.
Ese Gran Otro prescribía lo cierto y lo erróneo, el bien y el mal, la gracia y el pecado, la ley y el delito. El mundo se configuraba de acuerdo con los preceptos del Gran Otro. Las alternativas eran sencillas: sujetarse bajo promesa de recompensa o rebelarse bajo amenaza de castigo.
En la modernidad el Otro se multiplicó, adquirió varias caras, se descentralizó en diversidad de ideologías, sistemas de gobierno y creencias religiosas. Tanto la antigüedad como la modernidad nos remitían a la trascendencia, por más que basada en la razón. Si no era Dios era el Partido, el líder supremo, las ideas incuestionables. Algo o alguien nos precedía y determinaba nuestro comportamiento, inculcándonos gratificación o culpabilidad.
La posmodernidad, a cuya puerta de entrada nos encontramos, promete hacer de nosotros sujetos libres de toda sujeción. Sería la vuelta al protagonismo exacerbado, en que cada indivíduo es la medida de todas las cosas. Ya no se vive en tiempos de cosmogonías y cosmologías, teogonías e ideologías. Ahora todos los tiempos convergen simultáneamente en el espacio reducido del aquí y ahora. Gracias a las nuevas tecnologías de comunicación, tiempo y espacio adquieren dimensión holográfica: caben en cada pequeño detalle del aquí y ahora.
¿Será que de hecho la posmodernidad nos emancipa del trascendente y de la trascendencia? ¿Nos introduce en el “desencanto del mundo” apuntado por Max Weber?
La respuesta es no.
Hay un nuevo Gran Otro que nos es impuesto como paradigma incuestionable: el Mercado. Las seductoras imágenes de este dios implacable son diseminadas por su principal oráculo: la publicidad. A semejanza de su homólogo de Delfos, nos advierte: “Di lo que consumes y te diré quién eres”.
El blog de MATEÍNA
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viernes, 30 de julio de 2010
"Marcel • lí, mi hijo Down, hizo que mi vida haya sido plena"
Entrevista de Víctor M. Amela a Francesc Torrebadella, pionero de la ayuda a niños Down en España
Tengo 81 años. Nací en Almacelles y vivo en Barcelona. He sido impresor desde los 14 años hasta jubilarme. Soy viudo, hemos tenido cuatro hijos: el mayor, Marcel • lí, síndrome de Down, ha muerto hace poco a los 50 años. Soy apolítico y católico
¿Cuándo nació su hijo?
Marcel • lí nació el 2 de junio de 1959. Murió el pasado año, con 50 años. Cuando tenía tres meses, el médico pronosticó que viviría diez años. Mi mujer rompió a llorar...
¿Qué tenía Marcel • lí?
"Mongolismo". Hoy, síndrome de Down. Al médico le costó decírnoslo. En aquel tiempo, los padres los ocultaban...
¿Cómo se lo tomaron ustedes?
Recuerdo que al salir de la consulta le dije a mi mujer: "Sia un niño le mimas, se atonta". Y decidimos darle una educación exigente.
¿En qué sentido?
No fuimos consentidores: si Marcel • lí quería algo, tenía que pedirlo, y nombrar cada cosa por su nombre. ¡Acabó expresándose muy bien! Si se comportaba mal, le reñíamos. Si había que castigarle, lo hacíamos. ¡Como a cualquier otro niño! Como a los otros tres hijos que después tuvimos.
¿Recibían ayuda de alguien?
No. ¡Era comos si esos chicos no existieran! Yo salía a la calle buscando a otros niños como el mío, por compartir impresiones con los padres y aprender: ¡no vi ni uno! Hasta 1962 no encontré a una familia, que tenía a su hijo Down escondido en casa...
¿Y qué hizo?
Desde los 14 años yo había tenido que ponerme a trabajar, no tenía estudios..., pero seguí mi intuición: había que darles a esos chicos la mejor formación, me moví para conseguir ayudas que permitieran escolarizarlos.
Tengo 81 años. Nací en Almacelles y vivo en Barcelona. He sido impresor desde los 14 años hasta jubilarme. Soy viudo, hemos tenido cuatro hijos: el mayor, Marcel • lí, síndrome de Down, ha muerto hace poco a los 50 años. Soy apolítico y católico
¿Cuándo nació su hijo?
Marcel • lí nació el 2 de junio de 1959. Murió el pasado año, con 50 años. Cuando tenía tres meses, el médico pronosticó que viviría diez años. Mi mujer rompió a llorar...
¿Qué tenía Marcel • lí?
"Mongolismo". Hoy, síndrome de Down. Al médico le costó decírnoslo. En aquel tiempo, los padres los ocultaban...
¿Cómo se lo tomaron ustedes?
Recuerdo que al salir de la consulta le dije a mi mujer: "Sia un niño le mimas, se atonta". Y decidimos darle una educación exigente.
¿En qué sentido?
No fuimos consentidores: si Marcel • lí quería algo, tenía que pedirlo, y nombrar cada cosa por su nombre. ¡Acabó expresándose muy bien! Si se comportaba mal, le reñíamos. Si había que castigarle, lo hacíamos. ¡Como a cualquier otro niño! Como a los otros tres hijos que después tuvimos.
¿Recibían ayuda de alguien?
No. ¡Era comos si esos chicos no existieran! Yo salía a la calle buscando a otros niños como el mío, por compartir impresiones con los padres y aprender: ¡no vi ni uno! Hasta 1962 no encontré a una familia, que tenía a su hijo Down escondido en casa...
¿Y qué hizo?
Desde los 14 años yo había tenido que ponerme a trabajar, no tenía estudios..., pero seguí mi intuición: había que darles a esos chicos la mejor formación, me moví para conseguir ayudas que permitieran escolarizarlos.
miércoles, 28 de julio de 2010
Dónde está la verdadera crisis de la Iglesia
por Leonardo Boff
La crisis de la pedofilia en la Iglesia romano-católica no es nada en comparación con la verdadera crisis, esta sí, estructural, crisis que concierne a su institucionalidad histórico-social. No me refiero a la Iglesia como comunidad de fieles. Ésta sigue viva a pesar de la crisis, organizándose de forma comunitaria, y no piramidal como la Iglesia de la Tradición. La cuestión es: ¿que tipo de institución representa a esta comunidad de fe? ¿Cómo se organiza? Actualmente, ella aparece como desfasada de la cultura contemporánea y en fuerte contradicción con el sueño de Jesús, percibido por las comunidades que se acostumbraron a leer los evangelios en grupos y hacer así sus análisis.
Dicho de forma breve pero sin caricatura: la institución-Iglesia se sustenta sobre dos formas de poder: uno secular, organizativo, jurídico y jerárquico, heredado del Imperio Romano y otro espiritual, asentado sobre la teología política de San Agustín acerca de la Ciudad de Dios que él identifica con la institución-Iglesia. En su montaje concreto no cuenta tanto el Evangelio o la fe cristiana, sino estos poderes que reivindican para sí el único «poder sagrado» (potestas sacra), incluso en su forma absolutista de plenitud (plenitudo potestatis), en el estilo imperial romano de la monarquía absolutista. César detentaba todo el poder: político, militar, jurídico y religioso. El Papa, de manera semejante, detenta igual poder: «ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal» (canon 331), atributos que solo caben a Dios. El Papa institucionalmente es un Cesar bautizado.
Ese poder que estructura la institución-Iglesia se fue constituyendo a partir del año 325 con el emperador Constantino y fue oficialmente instaurado en 392 cuando Teodosio, el Grande (+395) impuso el cristianismo como la única religión del Estado. La institución-Iglesia asumió ese poder con todos los títulos, honores y hábitos palaciegos que perduran hasta el día de hoy en el estilo de vida de los obispos, cardenales y papas.
Este poder adquirió, con el tiempo, formas cada vez más totalitarias y hasta tiránicas, especialmente a partir del Papa Gregorio VII que en 1075 se autoproclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo. Radicalizando su posición, Inocencio III (+1216) se presentó no sólo como sucesor de Pedro sino como representante de Cristo. Su sucesor, Inocencio IV (+1254), dio el último paso y se anunció como representante de Dios y por eso señor universal de la Tierra, y podía distribuir porciones de ella a quien quisiera, como se hizo después a los reyes de España y Portugal en el siglo XVI. Sólo faltaba proclamar infalible al Papa, lo que ocurrió bajo Pio IX en 1870. Se cerró el círculo.
La crisis de la pedofilia en la Iglesia romano-católica no es nada en comparación con la verdadera crisis, esta sí, estructural, crisis que concierne a su institucionalidad histórico-social. No me refiero a la Iglesia como comunidad de fieles. Ésta sigue viva a pesar de la crisis, organizándose de forma comunitaria, y no piramidal como la Iglesia de la Tradición. La cuestión es: ¿que tipo de institución representa a esta comunidad de fe? ¿Cómo se organiza? Actualmente, ella aparece como desfasada de la cultura contemporánea y en fuerte contradicción con el sueño de Jesús, percibido por las comunidades que se acostumbraron a leer los evangelios en grupos y hacer así sus análisis.
Dicho de forma breve pero sin caricatura: la institución-Iglesia se sustenta sobre dos formas de poder: uno secular, organizativo, jurídico y jerárquico, heredado del Imperio Romano y otro espiritual, asentado sobre la teología política de San Agustín acerca de la Ciudad de Dios que él identifica con la institución-Iglesia. En su montaje concreto no cuenta tanto el Evangelio o la fe cristiana, sino estos poderes que reivindican para sí el único «poder sagrado» (potestas sacra), incluso en su forma absolutista de plenitud (plenitudo potestatis), en el estilo imperial romano de la monarquía absolutista. César detentaba todo el poder: político, militar, jurídico y religioso. El Papa, de manera semejante, detenta igual poder: «ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal» (canon 331), atributos que solo caben a Dios. El Papa institucionalmente es un Cesar bautizado.
Ese poder que estructura la institución-Iglesia se fue constituyendo a partir del año 325 con el emperador Constantino y fue oficialmente instaurado en 392 cuando Teodosio, el Grande (+395) impuso el cristianismo como la única religión del Estado. La institución-Iglesia asumió ese poder con todos los títulos, honores y hábitos palaciegos que perduran hasta el día de hoy en el estilo de vida de los obispos, cardenales y papas.
Este poder adquirió, con el tiempo, formas cada vez más totalitarias y hasta tiránicas, especialmente a partir del Papa Gregorio VII que en 1075 se autoproclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo. Radicalizando su posición, Inocencio III (+1216) se presentó no sólo como sucesor de Pedro sino como representante de Cristo. Su sucesor, Inocencio IV (+1254), dio el último paso y se anunció como representante de Dios y por eso señor universal de la Tierra, y podía distribuir porciones de ella a quien quisiera, como se hizo después a los reyes de España y Portugal en el siglo XVI. Sólo faltaba proclamar infalible al Papa, lo que ocurrió bajo Pio IX en 1870. Se cerró el círculo.
El sexo provoca neurogénesis adulta
El beso, Auguste Rodin
Un estudio científico realizado por la doctora Benedetta Leuner muestra que mientras el estrés reduce la neurogenesis adulta y restringe la arquitectura dendrítica en el hipocampo, la copulación tiene el efecto opuesto, y promueve la generación de nuevas células cerebrales.
"Ratas adultas fueron expuestas a una hembra sexualmente receptiva una vez (aguda) o una vez diariamente por 14 días (crónica) y se midieron sus niveles de circulación glucorticoide... Los resultados mostraron que experiencias sexuales agudas incrementaron los niveles de circulación corticoide y el número de neuronas en el hipocampo. La experiencia sexual crónica dejó de producir un incremento en los niveles corticoides pero continuó promoviendo la neurogénesis y estimuló el crecimiento de la espinas dendríticas y la arquitectura dendrítica. La experiencia sexual crónica también redujo el comportamiento relacionado con la ansiedad".
Además, al generar nuevas neuronas e incrementar la arquitectura de las dendritas, las cuales son las encargadas de recibir estímulos, el sexo haría que sintamos más, no sólo durante el sexo. Y como cualquiera sabe la clave de vivir en la tierra es justamente la capacidad de sentir y sentir más.
Artículo exstraido de Pijamasurf
Documento (abstract) original de Benedetta Leuner, Erica R. Glasper y Elizabeth Gould
martes, 27 de julio de 2010
El nuevo paradigma emergente en la ciencia y sus retos
por Sergio Escalante
"Asombrarse, sorprenderse, es empezar a comprender"
J. Ortega y Gasset.
"El que comprende tiene alas"
(Pancavimca Brahmana)
Todo el siglo XX y en particular, durante las últimas décadas de ese lapso y primeros años del siglo XXI, ha sido un largo período de "sacudidas", cada vez más fuertes e intensas, en contra de todo el edificio del paradigma científico dominante en los últimos tres siglos, cuyos cimientos fueron colocados por gente como el positivista Compte, Descartes y Newton, entre los más renombrados.
Sin embargo, poco antes de que terminara el siglo XIX, Max Plank presentó su teoría del paradigma cuántico, y poco después, en 1905, Einstein, con su propuesta de la "teoría relativista", prácticamente "formalizó" (quizá sin querer), lo que poco después se empezaría a transformar en una clara tendencia de desafío abierto frente al paradigma positivista y cartesiano, con su marcada tendencia hacia el empirismo, y la explicación del mundo como parte del desarrollo lineal-mecánico de los procesos naturales y sociales.
Casi simultáneamente, en esos primeros años del siglo XX le tocó el turno a Abraham Maslow, esta vez desde el campo de la psicología, quien además de su famosa elaboración de la "pirámide de las necesidades humanas", integró posteriormente, como parte de las necesidades básicas humanas, la "búsqueda de la trascendencia espiritual", planteando así un desafío frontal a la corriente conductista (dominante en las primeras décadas del siglo XX), que como se sabe, "aborrecía" y rechazaba de todo conocimiento "contaminado" con "subjetividad", anatemizándolo como "anti-científico".
Debemos recordar que posteriormente en ese mismo campo disciplinario, a mediados del siglo XX, William James profundizó todavía más esa pelea en contra del paradigma dominante, proponiendo entre otras cosas, la validez científica de la auto-indagación e introspección subjetiva (e inter-subjetiva), como fuente válida de conocimiento científico.
Casi simultáneamente iban madurando las ideas "cuasi heréticas" del profesor Jung, que empezaron a germinar lentamente desde las primeras décadas del siglo XX, en especial, a partir de su traumática separación con Freud y su corriente dominante en la "psicología oficial", hasta que a mediados de ese mismo siglo, el desafío en contra del paradigma dominante fue radicalmente frontal y profundo.
"Asombrarse, sorprenderse, es empezar a comprender"
J. Ortega y Gasset.
"El que comprende tiene alas"
(Pancavimca Brahmana)
Todo el siglo XX y en particular, durante las últimas décadas de ese lapso y primeros años del siglo XXI, ha sido un largo período de "sacudidas", cada vez más fuertes e intensas, en contra de todo el edificio del paradigma científico dominante en los últimos tres siglos, cuyos cimientos fueron colocados por gente como el positivista Compte, Descartes y Newton, entre los más renombrados.
Sin embargo, poco antes de que terminara el siglo XIX, Max Plank presentó su teoría del paradigma cuántico, y poco después, en 1905, Einstein, con su propuesta de la "teoría relativista", prácticamente "formalizó" (quizá sin querer), lo que poco después se empezaría a transformar en una clara tendencia de desafío abierto frente al paradigma positivista y cartesiano, con su marcada tendencia hacia el empirismo, y la explicación del mundo como parte del desarrollo lineal-mecánico de los procesos naturales y sociales.
Casi simultáneamente, en esos primeros años del siglo XX le tocó el turno a Abraham Maslow, esta vez desde el campo de la psicología, quien además de su famosa elaboración de la "pirámide de las necesidades humanas", integró posteriormente, como parte de las necesidades básicas humanas, la "búsqueda de la trascendencia espiritual", planteando así un desafío frontal a la corriente conductista (dominante en las primeras décadas del siglo XX), que como se sabe, "aborrecía" y rechazaba de todo conocimiento "contaminado" con "subjetividad", anatemizándolo como "anti-científico".
Debemos recordar que posteriormente en ese mismo campo disciplinario, a mediados del siglo XX, William James profundizó todavía más esa pelea en contra del paradigma dominante, proponiendo entre otras cosas, la validez científica de la auto-indagación e introspección subjetiva (e inter-subjetiva), como fuente válida de conocimiento científico.
Casi simultáneamente iban madurando las ideas "cuasi heréticas" del profesor Jung, que empezaron a germinar lentamente desde las primeras décadas del siglo XX, en especial, a partir de su traumática separación con Freud y su corriente dominante en la "psicología oficial", hasta que a mediados de ese mismo siglo, el desafío en contra del paradigma dominante fue radicalmente frontal y profundo.
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