por Eduard Punset
En el capítulo número 44 de Redes “Entrena tu cerebro, cambia tu mente“, emitido el 01/11/09, Eduard Punset y su equipo muestran el experimento realizado con taxistas londinenses.
Al parecer, las investigaciones más recientes apuntan a la cultura como el único atributo que nos distingue del resto de los animales; no es que ellos no tengan cultura, sino que la nuestra es distinta. La cultura de los humanos se caracteriza por el “efecto trinquete”; es decir, no cabe la marcha atrás ni el olvido y todo nuestro conocimiento es acumulado.
¿Por qué vale la pena reflexionar sobre los cambios que se están produciendo en la cultura? ¿Y en los hábitos de la comunicación de esa cultura? Sencillamente, porque están transformando nuestras vidas en mucha mayor medida que otros cambios, como el climático o la aparición de China como primera potencia mundial; aunque no lo parezca. ¿Qué es realmente nuevo y trascendental en materia cultural?
En primer lugar, la irrupción de la ciencia en la cultura popular. Unas veces, ciencia para andar por casa, como lavarse las manos y desinfectar la ropa, y otras veces, ciencia de investigaciones de laboratorio, como los antibióticos, que han triplicado, las dos, la esperanza de vida. Contamos con cuarenta años de vida redundante en términos biológicos y, por lo tanto, por primera vez en la historia de la evolución empezamos a explorar si hay vida antes de la muerte y, si la hay, a disfrutarla. Hasta hace bien poco, todo el mundo estaba obcecado únicamente en saber si había vida después de la muerte.
El segundo cambio excepcional consiste en haber aprendido que no sólo podemos cambiar la cultura, sino también los sistemas educativos y las estructuras cerebrales. El famoso experimento de los taxistas de Londres ha permitido comprobar que la experiencia individual podía afectar la estructura de nuestros mecanismos mentales. Resulta que el volumen del hipocampo de los taxistas de Londres es significativamente mayor que el del promedio de los ciudadanos británicos. ¿Por qué? Simplemente, porque para saberse todo el callejero de Londres hace falta estar tres años ejercitando la memoria.
Por primera vez en la historia de la evolución, la ciencia nos está demostrando que somos dueños de nosotros mismos. Para conseguirlo, ¿cuál es el área o momento para actuar? También eso lo sabemos, gracias a otro experimento famoso efectuado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, que nos ha alertado sobre la importancia trascendental del periodo que va desde el vientre de la madre hasta los siete años de edad. Durante veinte años se ha seguido el comportamiento de niños a los que se había sometido en la escuela a pruebas de control de sus propias emociones. Los que habían resistido y sabido gestionarlas alcanzaron, en promedio, un mayor equilibrio en su etapa adulta. Por favor, no descuidemos este periodo de I+D, todo pagado, que va desde el nacimiento hasta los siete años.
No sólo sabemos eso. La mayoría de los organismos internacionales pueden ahora aconsejar que la mejor opción para recortar los índices de violencia de las sociedades del futuro es la introducción del aprendizaje social y emocional en la más tierna infancia. Ocuparnos de aprender a gestionar algo de lo que no nos habíamos ocupado nunca: nuestras emociones básicas y universales.
Y por si fuera poco, se ha perfilado ya el consenso a nivel mundial para la imprescindible reforma educativa. Se deberá aprender a gestionar la diversidad característica del mundo globalizado en lugar de ocuparnos solamente de destilar contenidos académicos en las mentes infantiles; los niños deberán aprender a gestionar lo que tienen en común: sus emociones básicas y universales; por último, contamos con las redes sociales para contrastar pareceres y culturas distintas gracias al soporte digital, que nos permite relacionar disciplinas dispares. Sin eso, la innovación es imposible.
Fuente: El Blog de Eduard Punset
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