por Leonardo Boff
Como es sabido, en diciembre de 2009 se celebró en Copenhague la Conferencia Mundial de los Estados sobre el clima. En ella no se llegó a ningún consenso porque fue dominada por la lógica del capital y no por la lógica de la ecología. Esto significa que los delegados y jefes de Estado presentes atendieron más a sus intereses económicos que a los intereses reales o globales de sus pueblos. La cuestión para ellos era: cuánto dejo de ganar aceptando preceptos ecológicos que buscan purificar el planeta, garantizar así las condiciones para la continuidad de la vida. No se veía el todo, la vida y la Tierra, sino los intereses particulares de cada país.
La lógica ecológica ve el interés colectivo, pues pretende el equilibrio entre ser humano y naturaleza, entre producción, consumo y capacidad de reposición de los recursos y servicios de la Tierra. Rompiendo esta ecuación, cosa que el modo de producción capitalista viene haciendo desde hace siglos, surgen efectos no deseados, llamados «externalidades»: devastación de la naturaleza, graves injusticias sociales, desconsideración de las necesidades de las futuras generaciones y el efecto irreversible del calentamiento global que, en el límite, puede dar al traste con todo.